
Cuando aun no sabíamos leer, nos gustaba que nos contaran cuentos antes de irnos a dormir y pedíamos que nos los repitieran una y otra vez hasta que lográbamos memorizarlos. Era divertido y además nos ayudaba a entender lo que nos rodeaba, nos explicaba a qué debíamos tener miedo, cuáles debían ser nuestras aspiraciones de vida, que estaba bien y qué estaba mal. Si nos paramos a pensarlo, hemos seguido buscando relatos para comprender una realidad compleja a través de los libros, las series, las noticias de televisión, las charlas con amigos y amigas.
Nuestras sociedades y nuestra manera de estar en el mundo se basan en historias. Esos relatos, inventados o reales, de nuestro pasado, presente y el futuro proporcionan una estructura para nuestro propio pensamiento. Dan forma a cómo entendemos nuestras relaciones, qué valoramos y queremos conseguir, cómo clasificamos quienes somos «nosotras» y quienes son «ellos», cómo tratamos a los demás. Conforman el andamiaje para nuestros sistemas políticos, para nuestras estructuras sociales y para nuestro sentido común. Que podamos defender o negar derechos a las personas en función de su lugar de origen, sexualidad o identidad de género, es posible debido a un conjunto de historias que crean un sentido común.
Para entenderlo mejor, vamos a poner algunos ejemplos reales de la naturaleza:

Los ciervos buscan aparearse con la mayor cantidad de hembras que pueden para asegurar su descendencia y el control sobre el grupo. Para lograrlo deben competir con otros machos, y cuanto más grandes son sus cuernos, más posibilidades tienen de ganar la pelea.
Las jirafas se alimentan de las hojas de los árboles. Las de cuello más largo podían alcanzar las que están en las copas más altas, mientras que las demás competían por las que encontraban en las ramas más bajas. Eso aseguró la supervivencia de las primeras.
Cuando un águila de cola blanca encuentra una presa sobrevuela en círculos para llamar la atención de las demás y pedir ayuda. Cuando se ha reunido el grupo, bajan juntas a alimentarse. Primero lo hacen las más viejas y después son ellas las que vigilan para que las águilas más jóvenes puedan comer sin peligro.
Si un enjambre de abejas se prepara a abandonar la colmena para fundar una nueva sociedad, un pequeño grupo explora previamente la vecindad. Cuando descubren un lugar conveniente para vivir, lo limpian y lo guardan hasta que toda la comunidad de abejas se asienta en el nuevo enclave.
Estas cuatro historias, como cualquier otra, se basan en cómo contamos un evento específico. La perspectiva que decidimos tomar para narrar ese evento marca la diferencia, como también lo hacen las palabras, imágenes y moralejas escogidas para hacerlo. Los marcos son esas palabras, imágenes, metáforas que nos ayudan a interpretar una historia.
Del relato de los ciervos y las jirafas podemos extraer algunos conceptos como competencia y lucha por la supervivencia, ese será el marco que resonará en nuestra cabeza.
De las historias de las águilas y las abejas extraemos, en cambio, conceptos como grupo y ayuda.
Cuando escuchamos muchas historias que repiten los mismos marcos, en nuestras cabezas se conforman narrativas, es decir, la forma en que las historias están conectadas para formar una nueva creencia sobre qué está pasando.
La narrativa de las primeras dos historias podría ser que vivimos en un mundo hostil con recursos escasos, en el que ganan los individuos más aptos.
Del segundo grupo de relatos se podría conformar una narrativa sobre el apoyo mutuo en el que sobreviven los grupos que saben dar un papel a cada individuo.
A medida que vayamos escuchando más historias, se construirán metanarrativas, es decir, narrativas asimiladas cognitivamente que nos ayudan a entender cómo funciona el mundo. Se produce un salto de escala, un sentido común acerca de lo que nos rodea. Es por eso que se desencadenan tan fácilmente con una imagen, una palabra o frase, una metáfora.
Así que, siguiendo el hilo de ejemplos animales, podemos plantear dos metanarrativas:
Los individuos más fuertes ven aumentar su riqueza y poder, mientras que los débiles se quedan atrás. Como los ciervos y las jirafas, las personas debemos competir para lograr el éxito.
Las sociedades más estables son las que saben proporcionar bienestar a todos sus miembros reconociendo que las soluciones colectivas son más inteligentes a largo plazo.
Las cuatro historias que os hemos contado son reales, se dan de manera paralela. El hecho de que unas nos resulten más conocidas que otras, dice mucho de la manera que nos hemos socializado, de lo que nos han contado, de los marcos que se han ido creando en nuestras mentes y en las de las personas con las que queremos comunicarnos. Y eso ocurre contantemente cuando hablamos de migración, de derechos de las mujeres y colectivos LGTBI, cuando abordamos el cambio climático o la defensa de la libertad de expresión.
Los marcos se construyen como mosaicos, poco a poco a través de las muchas decisiones que toman los y las comunicadoras: cómo presentar un tema, qué enfatizar o dejar de lado, qué imágenes evocar y qué palabras usar. Nuestras elecciones de encuadre tienen la capacidad de influir en la comprensión de las personas sobre los problemas y de dar forma a la respuesta pública.
Aquí os dejamos algunas claves iniciales para entender cómo operan los marcos.
Como peces en el agua

No siempre es fácil entender qué marcos aperan en nuestras estructuras de pensamientos. Y es que nos ocurre como a los peces, que no saben que están sumergidos en agua, porque no cuentan con otras referencias exteriores que les permitan percibir el elemento en el que viven.
Esta imagen de Marshall MacLuhan nos sirve para explicarnos que los marcos son a menudo las peceras en las que vivimos sumergidas.
Cuando lanzamos un mensaje, no nos estamos dirigiendo a un espacio vacío donde solo esté impactando nuestro mensaje, debemos entender qué flota en el agua de las personas a las que queremos lanzar ese mensaje, cuáles son sus marcos.
Datos, emociones y sesgos de confirmación

Esos marcos están formados por valores, emociones y creencias. Cuando un nuevo tema se convierte en parte de la discusión pública, buscamos en las redes sociales y los medios, lo hablamos con amigas y normalmente guiadas por nuestros valores y afiliaciones políticas, adoptamos una determinada posición o marco sobre el tema.
En la mayoría de los casos nos alineamos con los puntos de vista de nuestra tribu política, lo convertimos en nuestra referencia sobre el tema y, con el tiempo, estos marcos tienen especial valor en nuestra comunidad, cimentando aún más nuestro apego al marco y convirtiéndolo en un marcador de identidad dentro del grupo.
Operan en estos casos nuestros sesgos cognitivos, especialmente el sesgo de confirmación: es la tendencia a buscar y considerar de forma más intensa y selectiva aquella información que confirme lo que ya pensamos.
Así, por ejemplo, si el marco de una persona y el de su comunidad apunta a una gran inseguridad callejera, tenderá a percibir con mayor intensidad todas las historias que hablen de ocupaciones de viviendas, robos y asaltos que recibamos por diferentes vías.
Se trata, sobre todo, de emociones y creencias, de imágenes evocadoras, por lo que a menudo resulta imposible contrarrestar esos marcos con datos, cifras y estadísticas.
Si a la persona que percibe inseguridad callejera le ofrecemos datos sobre el bajo índice de criminalidad y al mismo tiempo le cuentan el caso de un vecino cuya casa fue ocupada, tenderá a dar más importancia al caso concreto que reafirma su creencia que a la estadística general. Puede ser que además reaccione de manera negativa ante nuestro intento de contradecir sus emociones con datos, porque son dos niveles de percepción diferentes.
No pienses en un elefante

Explica George Lakoff que todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco o su colección de marcos. Cambiar de marco es cambiar el modo que tiene la gente de ver el mundo. Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje, nuevas palabras. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente.
Por eso advierte que cuando negamos un marco estamos evocando precisamente ese marco en los cerebros de las personas. Si le pedimos a alguien que no piense en un elefante, inmediatamente en su mente aparecerá la imagen de un paquidermo, es decir, se provocará el efecto contrario. Con la mención de esa palabra se desencadenará la imagen del animal, por mucho que le hayamos pedido lo contrario.
En términos más concretos, Lakoff lo ejemplifica a través del ex presidente estadounidense Richard Nixon. Cuando estaba recibiendo muchas presiones para que dimitiera durante el escándalo del Watergate, se dirigió al país a través de la televisión. Se presentó ante los ciudadanos y dijo: “No soy un chorizo”. Y todo el mundo pensó que lo era. Cayó en el marco del que precisamente quería huir.
Y eso es lo que ocurre habitualmente en nuestras comunicaciones a través de campañas, mensajes de redes sociales e intervenciones públicas. Empleamos las palabras que queremos rebatir, replicamos las imágenes que rechazamos y así contribuimos a alimentar los marcos. Pensemos en palabras cargadas ya de tanto significado simbólico en la actualidad como menas, pin parental o chiringuito y paremos a pensar qué implicaciones tiene evocarlas con la intención de negarlas.. Cuando un sector lanza mensajes de odio o estimagtización, no debemos comunicar partiendo de negar su mensaje.
Nombrarlo, aunque sea para negarlo, está reforzando el marco inconscientemente: cuantas más veces escuchemos juntos los términos migrante y delincuente, aunque sea “Los migrantes no son delincuentes”, más reforzamos ese marco.
El sándwich de la verdad

Nuestros cerebros prestan poca atención a la palabra “no” dentro de un mensaje. Cuando decimos que no pienses en un elefante, el receptor de nuestro mensaje recibirá de manera mucho más clara la alusión al animal que la negación que le precede. Y es por eso que también evocamos un marco cuando queremos rebatir una falsedad.
Pero hay veces que es imprescindible rebatir los bulos, sobre todo cuando están muy extendidos y es peligrosos que se asienten como verdad. En esos casos Lakoff propone emplear el sándwich de la verdad. Se trata emparedar la historia en un marco mental, donde la mentira quede atrapada en medio de dos afirmaciones verdaderas.
La primera frase de un mensaje es la que nuestro cerebro recibe de manera más directa y es la que tiene a recordar. Por eso, es importante que ese sándwich arranque con una afirmación verdadera. Solo después se puede señalar la falsedad y conviene que evitar las palabras y el lenguaje que hayan empleado para difundirla. Al final debemos retornar a la verdad, para reafirmarla.
Para este post hemos usado muchas fuentes y adaptado fragmentos de textos y audios. Aquí van los enlaces: